jueves, 14 de mayo de 2015

Mundo de superficialidades

Me ha entrado unas irrefrenables ganas de plasmar unos pensamientos que han invadido mi mente esta mañana. Vamos, que me he envenenado pensando en algo y en alguien.

No busco ser conciso, quiero expresarme sin ser redundante y darle mil vueltas a la tortilla pero mi cabeza es un torbellino que hace girar la misma idea hasta dejarla hecha papilla. En definitiva vengo hablar de la regla que gobierna las relaciones sociales. El estándar común, el cual si te sales de la linea trazada algo va mal. Si quieres ser aceptado, y mantener una relación cordial con los demás, no ha lugar el apego, el sentimentalismo, tu interior, impera sobre todo la máxima de la superficialidad. Sé trivial, habla de generalidades, cosas comunes, mundanas, hastías, aburridas y aceptadas. Es decir, ocúltate a tí mismo en la sombra de lo simple y absurdo. No te muestres y serás aceptado. En definitiva, sé un completo hipócrita, muestra tu mejores galas vistiéndote con un cascarón vacío de tí mismo mientras piensas lo contrario a lo que dices o muestras. He vivido lo suficiente para verlo y sentirme engañado más de media docena de veces. Por ello, soy capaz de concluir en base a la observación y la experimentación como método empírico de que vivimos en una sociedad manchada con lo superficial. El quedar bien prima, dejar una buena impresión de nosotros. Amable, amigable, aceptada de buen grado por el conjunto de la gente pero a fin de cuentas corrupta hasta el tuétano.

No hay como sentarse en el tren dirección a cualquier parte, y a pocos metros tendrás un grupito de amigos hablando de sus cosas. Cosas tan naturales como criticar al amigo ausente, poniéndole a caer de un burro, vamos, fino filipino como hay quien diría. Estos mismos se enorgullecen de poner buena cara delante de quien ahora critican, dicho por ellos mismos. Feliz y pura hipocresía. No manchar su imagen delante de un colectivo para el agrado general, pero celando su asco y odio bajo la más dulce de las sonrisas. A dos filas de asientos allá podemos escuchar cómo un par de amigas hablan de la decepción, de la falsedad de la que consideraban una buena amiga. Con dolor casi visceral relatan momentos de alegría compartidos para darse cuenta de lo que esta persona decía a sus espaldas por el novio de no se quién. Voy en mi asiento ensimismado, con la mirada a ninguna parte, mirando por la ventana pero sin mirar. Oyendo, sin darme cuenta escuchando sin el mayor interés que una conversación ajena a mi persona pero que resuena en mis adentros. Me hacen pensar en la sociedad, esta sociedad que poco me gusta. Quizás sea el país en que vivo que me parece mundano, chulesco, ostentoso y realmente no tiene dónde caerse muerto. Dejémoslo ahí porque me obnubilo. Esa escena tan dispar en el tren me hace sentir asco de la gente, me crea sensación de suciedad.

Te das cuenta que la sociedad en eso, como tejes tu tela de araña para hacer que otros seres de tu especie caigan en tus redes. Las arañas lo hacen para subsistir, atraen otras especies para alimentarse de ellas. Nosotros no, nosotros somos caníbales, tejemos para atrapar a seres de nuestra especie. Les engañamos para nuestra propia autosatisfacción personal. Esto no es necesariamente malo, es algún tipo de retroalimentación que necesita nuestro ego. Sentirse querido no es repugnante, es un fín para corazones de todo tipo. A nadie le amarga un dulce, en este caso es el envoltorio el protagonista.
Los colores plateados y relucientes hacen más apetecible el caramelo.



Yo me considero una persona asocial por naturaleza, mantengo la distancia de seguridad. Esto me haría algo rechazable por el grueso de la sociedad. Considero que soy retraído, muy mío. Pero lo que es contradictorio es que sienta cierta envidia por aquellos que son capaces de atraer a un gran grupo de personas aunque el trato sea lo más superficial que me pueda encontrar. Es una habilidad que no poseo o creo no poseer. A fin de cuentas es lo que decidas potenciar lo que te permite adquirir cierta experiencia. Es una envidia que no es real. En mi interior detesto la hipocresía y las caretas porque cuando yo entro en confianza con alguien y siente afecto tiendo en beatificar mi relación con esa persona. Lo quiero todo puro. Como ser de luz que me considero en un mundo corrupto. Pero si esa persona se pone la máscara y yo lo veo es capaz de sacar todo el odio y la inmundicia dentro de mí hacia la sociedad y hacia ese tipo de gente. Se convierte sin quererlo yo en un ser indeseable y despreciable. La traición a mi forma de ser saca de mí mi lado más oscuro. Soy como uno de estos personajes con los que me reflejo:



Hago referencia al anime y al manga, porque es una influencia para mí, los japoneses expresan de forma muy convincente la sociedad que les rodea, y la psique del individuo más y mejor que yo haya visto en cualquier otra sociedad en formato audiovisual.

No hablaré de personas, hablo de los sentimientos que me han dejado el resultado de mi contacto social con ellos. La sensación desagradable de seguir un canon establecido para la aceptación del conjunto. Defiendo el sé tu mismo aunque ello te lleve a la soledad. Me gusta tenerme a mi mismo, aceptarme en mis peores momentos y desconocerme en mis mejores días. Ser raro pero ser yo, al fin y al cabo. Me tengo a mí y no necesito aparentar lo que no soy. Soy consciente de que siendo así estaré solo en esencia. Siento envidia de la habilidad de relacionarse y establecer vínculos, pero sólo cuando son verdaderos. Más acertado sería decir, tener la suerte o el tino de crear el lazo con las personas adecuadas. Las que sabes que no tienen caretas para tí. Que sean como son estando contigo aunque sean más distantes a tí de lo que tú querrías. Quieres hablar más con estas personas pero sientes que si lo haces terminas corroyendo lo que lo hace tan real. Vive y deja vivir. Y siéntete alegre de saber que permaneces en la memoria de alguien auténtico. Eso es un auténtico logro.


Como reflexión final, veo la soledad como algo bello, algo fuerte, algo que si cultivas te ayuda a crecer como persona. Te hace fuerte y bello interiormente pero débil ante una sociedad estúpida llena de prejuicios. Los que cultivamos nuestro mundo interior tememos contagiarnos de la ponzoña superficial, casi no sabes qué decir, cómo reaccionar ante el mundo exterior. Otra de las muchas espadas de doble filo de ser como soy.

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